El niño me resultaba intrigante, fue algo progresivo en realidad. Sus ojos fueron solo el comienzo, tenia la mirada desquiciada de un viejo amigo mio que se llamaba John, que en momentos límite guardaba su cordura y dislocaba el raciocinio humano. Luego ocurrió lo inesperado, sus reflejos, su habilidad, velocidad que solo le había visto a Norita de pequeña y a Droopy, pero el mozalbete era veloz como sólo recordaba al australiano. Desconfiado, lo llevé a una cantina plagada de chacales para quitarme las dudas, hablamos y como pensé, metió la pata y la ligó, le di con el taco de la bota y pensé que le había roto la mandíbula, pero el desquiciado se incorporó y me vió de "esa" manera. Casi consigue sacarme un escalofrío, pero antes de que su mirada altere mi psiquis recibió un palazo en la cabeza y cayó al piso, le dieron duro.
Esperé a que terminen con él para ponerme de pie, en cuanto me incorporé, el taco de la bota se partió en dos. "Maldito pendejo" pensé, y me lo llevé a donde me dijo que tenía un auto. Me lo describió como el auto de John, mi cólera aumentaba cada vez más al verlo ahí, negro como la noche, totalmente impredecible e indomable. El maravilloso chasis negro, del único auto que no pude hasta ahora domar. Velóz, potente y duro como la roca. Mi mente no podía entender como o que había hecho este muchachito para quitarle el auto a John.
Quería matar al niño por la ofensa, pero mi curiosidad fue más grande por lo que lo metí en el auto y con mucha dificultad logre ponerlo en marcha, me costaban entender más que lo suficiente para que las ruedas giren, pero no podía conectarme con el vehículo, como si estuviese hechizado. Viajé un dos días enteros en dirección sudeste hacia Longchamps, ahí podía estar seguro que ni el niño ni el auto se irían sin mi consentimiento. En cuanto llegué, llamé a Furcia, tiré el cuerpo inerte del muchacho en la cama y le pedí a la cantinera que se encargara de él, debía interrogarlo pero necesitaba antes que viviera y sus heridas eran severas. Me fui al garaje y comencé a inspeccionar el auto, como sospechaba, era el auto de mi compinche. Todas las partes eran originales y en perfecto estado.
Completamente segado por la ira, corrí por los pasillos tumbando sillas, borrachos y prostitutas, pateé la puerta y desenvainé mi cuchillo como para terminar con el asunto hasta que sentí un ruido agudo y un apretón en el cuello:
-Pará Toro, el pibito tiene al carnero...